He visto cuatro veces "El Árbol de la vida" (Terrence Malick, 2011) y nunca, hasta ahora, el personaje del hermano intermedio, el pequeño y silencioso rubio, me había conmovido tanto.
Es cierto que, de alguna manera, el hermano mayor acapara la pantalla con todas esas emociones intensas, con sus arranques de ira, con la mirada inquieta de quien se da cuenta de las cosas y necesita hacer algo al respecto, así sea solo sentir, correr, desafiar. Él observa y actúa para los otros y para él -nada de malo en eso-. Por algo es que experimentamos la película desde su perspectiva.
Su hermano menor es distinto. Él muere en una de las primeras escenas. ¿Qué cambiaría si Malick hubiese montado las escenas cronológicamente? ¿Hubiésemos sentido lo mismo? No lo creo. Tal vez este orden quería representar el natural discurrir de nuestros recuerdos, de nuestros pensamientos; siempre vienen primero los que nos afectaron más -para bien o mal-. La muerte de un hermano -y un hermano con una personalidad tan particular- debe ser algo para tener presente siempre, para recordar todos los días; tal vez algo que nos despierta en la madrugada. No lo sé.
El hijo intermedio muere; el hermano menor de alguien muere; y también es el hermano mayor -para el otro pequeño-. Muere a los diecinueve años en la guerra. Vemos el llanto de la madre, el dolor del padre; no sabemos cómo reaccionaron sus hermanos ante la muerte. ¿Podemos imaginarlo?
Sin embargo, los conocemos cuando niños. El menor siempre siguiendo a Jack; detrás de él cuando corren, detrás de él cuando van en bicicleta. También lo vemos solo, fluyendo tranquilamente en música. Toca el piano y la guitarra. Cuando la madre llora la muerte de su hijo, vemos la guitarra solitaria en el cuarto vacío. Dolor. Toca el piano y la guitarra, pero no lo hace como su padre -con esa fuerza, descargando rabia virtuosamente sobre las teclas- lo hace con suavidad, como acariciando, disfrutando y explorando. Parece que no necesitara más. ¡Qué terrible tener que ir a la guerra para alguien con ese espíritu!
Próximo a la madre en la dulzura y naturalidad, también parece asustado a veces, dudoso, frágil; supongo que algo de eso hay, pero es más, es un personaje muy complejo el pequeño que muere. Nunca lo vemos crecer. Aunque se diga que tiene diecinueve años cuando muere, no vamos a poder imaginarlo; así que, al menos para mí, será siempre el pequeño que muere.
Tal vez el adulto Jack también lo recuerda así, pues en la escena final se reencuentra con su hermanito.
Hay una escena en particular que me conmovió mucho. Aquella en que Jack y su hermano menor están en una casa abandonada. El mayor agarra una lámpara y le pide al pequeño que meta el dedo o un alambre. La sinceridad y belleza de las miradas es maravillosa. ¿Responden a una demanda de confianza? No lo sé. Realmente no sabemos lo que quería Jack, tal vez solo quería jugar o bromear. Sin embargo, el rubio silencioso obedece, tras dudar un rato. Dudar y mirar. Finalmente, lo hace; no se electrocuta, obviamente. Pero para sorprendernos, conmovernos y sacarnos una sonrisa -a mí me pasó- agrega "yo confío en ti". Yo confío en ti.