“¿Qué infinito y prodigioso juego de azar significaba la existencia, entonces? ¿No estaba acertado al esperar el advenimiento de un suceso maravilloso? (…) ¿entonces la vida era semejante a una película de cine?... ¡Se imprimían noventa mil metros de cinta para utilizar tres mil…!”(‘El amor brujo’, Roberto Arlt)
Se dice que nada es coincidencia, pero ¿cómo explicar ciertos acontecimientos de la vida? Los misterios del azar han sido el punto de partida de grandes historias; sobre todo, las que tratan de amores tan locos, absurdos y obsesivos, como maravillosos. Sin embargo, el azar no es caótico, guarda una estructura compleja de encuentros y desencuentros; y tiene mecanismos muy precisos que dan sentido a la creación.
Del azar se sirvió el genial cineasta francés Alain Resnais -fallecido en marzo de este año- para realizar ‘Les herbes folles’, filme basado en la novela ‘El Incidente’ del escritor parisino Christian Gailly. Con el guión de Alex Reval y Laurent Herbiert, el director pone en marcha una comedia de enredos y humor negro que, a la vez, presenta momentos de suspense. En ella, Resnais sobrepasa los límites de la verosimilitud para llegar a un registro surrealista, transitando cómodamente entre lo ridículo y excesivo. El resultado es una película de gran belleza, que emana amor y libertad en cada fotograma.
Ya desde el título -cuya traducción al español no expresa del todo la locura, como el título original- y con los primeros planos de la maleza que brota libre y desordenadamente del cemento, el director nos advierte sutilmente sobre el ritmo y la lógica propia de la historia: el amor llega como una tromba para revolucionar la vida de un hombre y una mujer, ambos cercanos a los sesenta años y con tendencia a la locura. Más tarde, entenderemos que las decisiones y el devenir de los protagonistas son tan azarosos como las ondulaciones de las plantas al viento, imagen leit motiv de la película.
Un incidente banal desata la acción: Marguerite Muir (Sabine Azéma), dentista y aviadora, sufre el robo de su bolso, en el que llevaba una billetera roja con documentos personales. La billetera es encontrada por Georges Palet (André Dussollier), casado y jubilado, quien tratará de concertar un encuentro con Marguerite, deseo que se convertirá en obsesión ante las negativas de la mujer.
En primera instancia, desconcierta el comportamiento de todos los personajes: Georges Palet es obsesivo, paranoico, romántico y enamoradizo; hay un misterio latente en su pasado que nunca se esclarece, pero del que tenemos indicios. Su esposa Suzanne (Anne Consigny) es comprensiva, paciente y permisiva con él, hasta el hartazgo.
Por su parte, Marguerite Muir parece una heroína de acción (conduce un convertible amarillo y es dueña de un avión Spitfire). A pesar de sus gustos extravagantes y de su frondosa cabellera roja, aparenta más ‘normalidad’ que Georges. Sin embargo, éste le contagia su vertiginosa y anormal manera de conducirse. Cobra sentido el modo en que el narrador la presentó al inició: tiene pies raros que la llevan por caminos igual de extraños.
Completan este universo el policía Bernard de Bordeaux (Mathieu Amalric), especie de psicoanalista y enigmático consejero; y Josepha (Emmanuelle Devos), dentista y amiga de Marguerite.
Édouard Baer da la voz al narrador de la historia. Su discurso en off es una capa suplementaria de ficción, pues contribuye a acentuar la confusión de los personajes; igual que ellos, él duda, se interrumpe u omite información. Además, sostiene la narración y guía el montaje, con mayor intensidad, hasta el encuentro de los protagonistas –ocurrido una hora después de comenzado el filme-. Aunque el narrador parece conocer de antemano el desenlace, cuenta los hechos con intrigante distancia.
Acorde con la historia, la puesta en escena se vale de recursos estilísticos lúdicos y de una tierna ingenuidad que, en manos de Resnais, se convierten en bellos artificios. Son comunes los diálogos de los personajes con ellos mismos: sus decisiones y dudas son acentuadas con el uso de los picture-in-picture. Además, es constante la repetición de diálogos superpuestos en momentos clave; asimismo, se usan imágenes leit motiv en ralentí, como el plano de la billetera en el estacionamiento y la cartera de Marguerite volando por los aires, para reiterar el desencadenamiento del azar.
La fotografía de Eric Gautier apoya la irrealidad de la propuesta con colores acentuadamente artificiales y con planos de una rara hermosura.
Sólo un hombre de espíritu joven como Resnais, dueño de la sabiduría que dan los años, podía presentarnos personajes tan absurdos y adorables que él mismo trata con benevolencia, sin juzgar su locura y acompañándolos como un cómplice. Así, nos propone un romántico final, acompañado por la música de la Twentieth Century Fox. Pero hay otro final, uno más poderoso y delirante, producto de los incontrolables mecanismos del azar. Ese ‘cierre’ es prodigioso.
* Reseña publicada originalmente en la Revista Réplicas (Febrero, 2014/Año 01) de Lima, Perú.